Entonces dirigió la mano al exterior de la caja, en cuyo frente había tres diales, que comenzó a hacer girar, sin dejar de observar al mismo tiempo el mecanismo del interior. Mientras lo hacía, hablaba para sí, moviendo la cabeza, a veces incluso sonriendo; sus manos se movían sin cesar; los dedos recorrían ágiles el interior de la caja. Cuando algo era delicado o difícil, su boca adquiría las más curiosas y retorcidas formas, y murmuraba:
—Sí..., sí... Y ahora éste... Sí, sí... Pero ¿es correcto? Es..., ¿dónde diablos está mi diagrama?... Ah..., sí... Desde luego... Sí, sí, eso es... Y ahora... Bien... Sí... Sí, sí, sí...
—Sí..., sí... Y ahora éste... Sí, sí... Pero ¿es correcto? Es..., ¿dónde diablos está mi diagrama?... Ah..., sí... Desde luego... Sí, sí, eso es... Y ahora... Bien... Sí... Sí, sí, sí...